Yo lo conocí a Juan Armando Rodriguez en el trabajo, trabajamos en la misma máquina los dos, en la fábrica de hilado.
Con Juan compartíamos los mates, bizcochitos y charlas muy amenas. Él era un hombre de unos 65 años, con su cabello cubierto de hilos de plata, su tez morocha, ojos café cansados.
Siempre nos contaba anécdotas de su padre. Su padre era un hombre de lucha, que peleaba por la igualdad, nos contaba que cuando ellos llegaron al barrio, era una zona completamente fabril; quedaba en Valentín Alsina, cerca del Riachuelo.
Su familia se había mudado cuando él tenía apenas cuatro años. Nadie mejor que él para contarnos cómo era ese lugar antes de convertirse en el desagote de la mugre de las fábricas.
Le gustaba contar que su padre llegó al barrio de pobres con un par de zancos, con libros, con un alias de guerra. Y decía: "Yo saqué el corazón luchador de mi padre y la bondad de mi madre".
Por esos años eran tiempos difíciles; el padre de Juan luchaba contra la explotación del obrero. Pero se encontró con que muchos obreros no sabían leer, ni escribir. Por eso eran abusados en sus trabajos.
Juan nos transmitía todo eso que él había aprendido de los relatos de su padre.
Juan nos enseñó que nosotros los jóvenes podemos evitar que nos exploten, y que no tenemos que avergonzarnos por no saber algo. Que los compañeros están para ayudarnos y mejorar, y superarnos.
Juan me dijo: "La humildad y la lucha van de la mano, cuando soñamos con una patria grande"
Mónica Valdez - 2do año
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