sábado, 26 de noviembre de 2011

Una gran abuela

    Todos los veranos me voy con mi familia a pasar las vacaciones a la casa de mi abuela. Ella vive lejos, para mi gusto muy lejos, en un país vecino (para llegar viajamos veinte horas en micro) sola, solita; pero a la vez acompañada por sus mascotas, un par de perros con tantos años como ela. Cuando llegamos es todo una fiesta, su humilde casita se ilumina como cuando vivían allí sus hijos, pero aún así en la mirada se le nota a veces que se siente mal, triste. Y eso fue también lo que me atrajo, y me dio más y más ganas de hablarle.
    Nos sentamos una mañana en la puerta de su casa, bajo un gran árbol, y fue allí que me contó de su tristeza. Me dijo que estaba muy enferma y que cada año esperaba con más ansias nuestra llegada, ya que no sabía cuándo sería la última vez que podría pasar un verano junto a nosotros, y eso hacía que todo el año lo pasara pensando en nosotros y extrañándonos. Yo la escuché muy atenta, la abracé muy fuerte y le dije que no pensara en cosas feas, que nosotros también contábamos los días para llegar a su casa y abrazarla, que la queríamos muchísimo y que era la mejor abuela que pude haber tenido, siempre tan atenta y servicial; siempre con tanto amor para dar.
    El verano siguiente sólo volvimos para despedir sus restos. Pero yo hoy estoy feliz por haber podido hablar con ella y expresarle mis sentimientos y ella expresarme los suyos. Soy feliz por haber tendo a una gran abuela.

Paula Cuitiño - 2do año (ilustración: Benito Quinquela Martín)

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